lunes, 26 de abril de 2010

EL LIBRO DE BIOQUANTUM

Capítulo 2



No eres el cuerpo físico

Gracias a que tu cuerpo físico existe y, mientras esté sano, lo puedes mover en este plano de materia. Lo traes por aquí y por allá, con él subes y bajas por doquier; como luego dicen, ‘andas del tingo al tango’ y eso te hace feliz. Con la ayuda de tu cuerpo es que caminas, piensas, respiras, amas, odias, haces y deshaces, tienes hijos, etc., pero sólo mientras el Ser o espíritu se encuentra activo en él; porque una vez que el espíritu se separa del vehículo, ya no contiene éste el aliento de vida y sobreviene de forma irremediable la muerte física. Así es como se deja de existir virtualmente por tiempo indefinido dentro de la carne.



¿Qué sabes tú del “más allá”? Quizás poco o quizás nada. Y si fuera poco lo que dices que sabes del tema, creo que hasta podrías tener algunos conceptos equivocados, por eso es mejor que aclaremos. Casi siempre has creído que nada más tienes una forma: la física que percibes, y ninguna otra. En verdad estás convencido de eso, y por desgracia también crees que tu forma sólo puede estar en un lugar a la vez; pero yo te aseguro que tienes otras formas que no percibes y que las creas para distintos propósitos.



Bajo ese parámetro yo sostengo que durante todo el tiempo que vives, ¡no eres el cuerpo físico! Te lo digo hoy y te lo volveré a decir siempre que necesite recordártelo. Lo que tú eres más bien, es una energía que está más allá de lo humanamente concebible, la cual se manifiesta durante cierto tiempo a través de la envoltura o aspecto visible y tangible que es el cuerpo físico. O sea, el Ser o espíritu ocupa la materia como una prenda de vestir que se pone y que se quita a voluntad. Así ha sido y así será por los siglos de los siglos. Pero, vamos, ¿en qué me baso para hablar de esa manera? Te explicaré, y espero que no te quede una sola duda al respecto.



Verás, yo nací en el seno de una hermosa familia en pleno verano del año 1964. Soy originario de un pintoresco pueblito de agricultores y ganaderos enclavado en la sierra de Jalisco, México. Los que vivíamos allí, en aquel tiempo, no pasábamos de trescientos habitantes distribuidos todos en poco más de sesenta casas. Éramos una pequeña comunidad, muy unida, por cierto. Nuestros padres tuvieron a bien darnos todo lo necesario y, sí que nos supieron prodigar amor sin distinción, por eso mis hermanos y yo siempre fuimos muy felices. Por supuesto que desde pequeños se nos enseñó a ocuparnos de las labores del campo, mismas que desempeñábamos con bastante diligencia y entusiasmo.



Estaría yo rondando los cinco años de edad aproximadamente, cuando me hice consciente de algo que había estado sucediéndome de manera recurrente. Una inolvidable noche, después que mi madre nos ofreció una muy rica cena, recuerdo que nos fuimos todos a acostar, arrullados por el habitual canto de los grillos. A los pocos minutos de haberme quedado dormido, ¡yo estaba de pie fuera de la cama!, completamente consciente y despierto mirando mi cuerpo allí acurrucado bajo las gruesas cobijas descansando plácidamente.



¿Te dije que estaba levantado y despierto viendo mi cuerpo? Y así era, en efecto. Pero, ¿cómo iba yo a estar despierto si en esos precisos momentos me encontraba bien dormido? ¿Cuál de los dos entonces era yo?, te preguntarás. O más bien, ¿quién era ese que estaba dormido en mi lecho? Podría jurar que quien estaba acostado era yo, sin duda, porque hacía pocos minutos me acababa de meter a la cama. Me acordaba muy bien de eso, hasta me encontraba en la misma posición. Pero, si yo sentía plenamente que quien era el verdadero yo, era el que estaba de pie, ¿qué crees que estaría pasando?



Ahora de adulto digo que qué bueno que no me asusté de formar parte de aquel fantástico escenario. ¿A qué le puedes atribuir que no me haya espantado? ¿Qué habrías hecho tú ante tal situación? ¿Por qué no grité? ¿Por qué no se me ocurrió pensar que estaba muerto? ¿Por qué no corrí como loco a meterme a mi cuerpecito físico para despertar jadeando y llorando como una gallinita cobarde? ¿Estaría soñando? ¿Alucinaba acaso? ¿Me encontraría quizás bajo los efectos de un brebaje maligno? ¿Sería toda esa visión producto de una terrible pesadilla? ¿Estaría mi subconsciente burlándose de mí y me jugaba una broma de mal gusto? ¿Estaba paranoico? ¿Sufriría en ese momento de la terrible esquizofrenia? ¡No, no y no! ¡Nada tan lejos como eso! ¡Todo estaba en su justo lugar! ¡Todo!



Primero déjame decirte que, no me espanté, ni grité, ni pensé que estaba muerto, ni tuve deseos de correr a meterme al cuerpo, así como tampoco estaba soñando ni alucinando, puesto que no había ingerido ningún tipo de medicamento o droga, ni estaba teniendo una pesadilla, ni mi subconsciente me estaba gastando una broma pesada, ni estaba paranoico, y mucho menos esquizofrénico o loco de atar… nada de eso; nada. Entonces, ¿qué pasó? Pues, simplemente pasó que nunca cruzó, ni por asomo siquiera, un solo pensamiento por mi tranquila y muy receptiva mentecita.



Y tú tienes todo el derecho a replicar: «¡Que qué!, pero, ¿por qué no pasó nada por tu mente?» No pasó, porque yo no sabía nada respecto a esa larga lista de boberías que enumeré párrafos atrás. Has de recordar muy bien que yo era un niño que apenas iba a cumplir los cinco años de edad; y un crío tan pequeño, el cual todavía no asiste a la escuela, no ha visto televisión, ni está influenciado por lo que le cuenten terceras personas, pues, no piensa en nada. Así de sencillo. Abundando un poco en el tema, el “disco duro” de mi computadora, o sea, mi mente ─si me permites planteártelo de manera figurada─, todavía se encontraba limpio de ideas extrañas y no tenía almacenado datos equivocados en torno a esa otra realidad.



No había en mi interior información de ningún tipo que pudiera servirme como base de la cual partir o que figurara como un antecedente. Esa fue la razón por la que no pensé en nada. Todo me pareció natural… todo estaba bien, así que no había por qué preocuparme. ¿Preocu… qué? ¡Vaya!, por fortuna ni siquiera sabía en aquellos tiempos lo que significaba esa enredosa y problemática palabra. Yo sólo sabía que era el niño más feliz de la Tierra porque nada me hacía falta. Además, las imágenes que aún conservo, y bien claras, es que a diario corría y saltaba como un venadito libre de ataduras por las serpenteantes veredas del campo, o en su caso, entre las cristalinas aguas del río chapoteando y jugueteando con mis hermanitos hasta que el cansancio y el hambre nos vencían.



Ni más ni menos así era mi vida. ¡Bendita inocencia la mía!, creo que esa inigualable libertad, y el haber crecido en contacto pleno con la naturaleza, fue lo que me salvó de llevarme un buen susto cuando me miré fuera del cuerpo físico allí, al pie de la cama, dentro de mi habitación. Toma en cuenta que yo no tenía nada con qué medir, nada que me dijera que aquello que estaba viviendo era bueno o era malo. ¿Cómo iba yo a saberlo? Después de eso siempre he creído que a veces es mejor no saber nada. Pero nada de nada, ¿eh? A esa edad yo era bien inocente. ¿Por qué? Te lo dije antes, y lo repito: todavía no entraba oficialmente a la escuelita primaria, y tampoco había tenido la oportunidad de ver ningún programa de televisión.



Recuerdo que unos meses después de ese bello acontecimiento que marcó mi vida, pusieron los postes de luz y tendieron los cables de energía eléctrica para suministrar de ese vital fluido a aquel apartado puñado de casas ubicado en la serranía. Así que, hacia 1969, en mi querido “rancho paraíso”, nosotros todavía vivíamos de la forma más pura y natural que te puedas imaginar. Haciendo un pequeño paréntesis, en ese mismo año también, casi toda la familia nos mudamos a una gran ciudad con playa, primero, para que siguiéramos gozando de la vida, y luego, que tuviéramos la oportunidad de estudiar, y así, un buen día pudiéramos ser gente de bien en esa nueva sociedad que nos acogió con beneplácito.



Y, volviendo al caso que me atañe, por todo lo anterior, aquella portentosa noche fue y será una de las más hermosas de toda mi vida. Reitero que no me dio miedo ver que me encontraba fuera de mi cuerpo, no, de ninguna manera. Más bien yo estaba feliz y contento porque era totalmente consciente en medio de dicho evento. Muchas veces antes había soñado que volaba libremente por los cielos, pero en esa ocasión en particular, todo era más real, así que, debía aprovechar. Acto seguido me acerqué a su cara (mi cara) para estar seguro que aquel cuerpecito respirara. Me llenó de alegría ver una sonrisa dibujada en sus labios; luego lo dejé, y caminé muy resuelto hacia la puerta.



Una sensación muy extraña recorrió todo mi ser al momento que mi manecita literalmente se ‘hundió’ en la agarradera de la puerta cuando quise asirla para abrir. Eso me indicó que no era sólido, que no tenía piel y huesos como el que se había quedado dormido en la cama, sino que estaba compuesto de pura energía. Después de varios intentos fallidos y ver que no podía abrir como se debe, me di cuenta que sólo atravesando con todo mi cuerpo era como iba a poder salir. ¡Qué dilema! Pero eso no iba a truncar mis deseos de averiguar lo que había afuera.



Me armé con todo el valor con que contaba, porque temí que al cruzar, mi cabeza se podía quedar atorada; ¡qué horror! En verdad, no pensé en el resto del cuerpo, pero sí creí que los huesos del cráneo quizás eran muy duros para pasar de esa manera tan poco ortodoxa. Así que, para el primer ensayo, me puse en posición de ‘firmes’, creí respirar profundo, y luego contuve el aliento; una vez decidido, pero con los ojos cerrados y las manos por delante, atravesé las tablas lentamente, todo trémulo de emoción…



Al cruzar completamente, la acción me gustó tanto que me di el lujo de volver a entrar al cuarto, pero esta vez reculando. Ya sin temor alguno, volví a enfilarme hacia la puerta rápido, nada más que en esta ocasión el impulso fue tan instintivo y descontrolado, que por poco me voy de bruces y me pego en la mera bocota contra el suelo. ¿Dije ‘golpear contra el piso’? ¡Ja, ja! Cómo se nota que no tenía ni la más mínima noción de lo que estaba ocurriendo. Es cierto, pensé que iba a caer pesadamente como un fardo, pero sólo fue eso, un pensamiento, ya que después de trastabillar, perder el equilibrio y pasar atropelladamente a través de la puerta, sin que ésta pusiera la menor resistencia, quedé suspendido horizontalmente en medio de la nada, flotando suavemente cual pluma en el aire.



¡Qué noche, Dios mío, qué noche! Y nada que, el destino me tenía reservadas todavía muchas sorpresas más. El que me haya tropezado, y haber creído que caería estrepitosamente al suelo, sin lograrlo, por supuesto, porque quedé balanceándome a la altura de mi pecho, me dio la oportunidad de practicar por primera vez, conscientemente, la técnica de vuelo que tantas veces durante los sueños había experimentado… Moviendo manos y pies, como si estuviera nadando bajo el agua, pude sentir que me desplazaba a la velocidad que yo pensara. Todo dependía de mi entera voluntad. Yo decidía si iba rápido o lento, y lo medía según las circunstancias.



Primero le calé a ir para adelante, luego me fui para atrás. Me desplacé al lado derecho, y después al izquierdo. Hice giros sobre mi propio eje a ciento ochenta y luego a trescientos sesenta grados. Enseguida, en posición erguida (‘parado’), me elevé varios metros del suelo hasta que pude ver los tejados de las casas; en cierto momento rocé las copas de los árboles y me posé en uno de ellos cual si fuera un colibrí. No tuve miedo de caerme. Después de hacer varios despegues con sus respectivos aterrizajes, me quedé de pie en el piso nuevamente.



Creí haberme fatigado; hasta jadeaba un poco, por eso opté por detenerme. Aproveché para hacer un recuento de todo aquello tan hermoso que acababa de experimentar. Me sentía súper excitado porque, para empezar, había atravesado la puerta, lo cual era un logro, y ahora sabía que podía volar ¡y no era un sueño! ¡Qué emoción tan grata sentía en todo mi ser! Oh, oh, parecía que mi corazón de un momento a otro iba a explotar. ¡Qué indescriptible alegría! Estaba lleno de júbilo porque podía atravesar las cosas sólidas sin que para mí fueran obstáculo.



Años después, ya en la ciudad, vi por la pantalla de la televisión que Gasparín, “el fantasma amistoso”, también atravesaba puertas, paredes, techos y lo todo que se le pusiera enfrente tal y como yo lo hacía desde chicuelo. Ah, déjame decirte que aquella primera vez de mi salida consciente, noté que estaba desnudo; aunque no ocupaba la ropa para nada, porque del contorno de mi cuerpo salía un “humo” blanco muy fino, del grosor como de una cuerda para bailar el trompo, y éste no se disipaba. Eso me hacía sentir vaporoso y a la vez liviano…



Yo sólo sé que veía una energía blanca, con azul tenue, que me rodeaba todo, y eso le daba “volumen” a mi cuerpo. En esos momentos no era yo otra cosa más que un pequeño espíritu osado e inquieto que se aventuró a salir de casa sin el menor recato y, eso sí, exento del famoso miedo que tanto daño hace a las personas mayores. Yo nada tenía que perder. Además, con nadie tenía que quedar bien.



Mientras estaba cavilando en el corredor de la vivienda, sentí la presencia de alguien que se encontraba parado allá, al fondo del patio, junto a un frondoso árbol de capulín, como a unos cinco o seis metros de distancia. Se trababa de un espectacular personaje que parecía estar esperando pacientemente a que yo terminara de hacer mis malabares y poderse acercar. Al mirarnos cara a cara, él me sonrió alegremente y caminó hacia mí. Esa figura brillante estaba llena de luz blanca y dorada. Parecía estar envuelto en una bola de fuego palpitante, pero no hacía ningún ruido. De todo su cuerpo salían destellos de luz, parecidos a la lumbre, pero esas llamas no quemaban. Posiblemente de alto tenía más o menos lo que medía el marco de la puerta, eso quiere decir que me sacaba más de dos veces mi estatura. Al estar a un paso cuando mucho de mi persona, se detuvo, me saludó inclinando un poco su cabeza, y me dijo que me estaba esperando para llevarme a dar un paseo.



¿Me dijo, o lo pensé? Me lo dijo, y aunque no usó la boca para hablar, de todos modos escuché fuerte y claro dentro de mi cabecita el saludo y la cordial invitación: «¡Qué tal, mi niño!; vine por ti, te estaba esperando para llevarte a dar un paseo». Y resultó que no me costó mucho trabajo comunicarme con el extraño visitante de la misma manera que él lo hacía, o sea, ¡por medio de los pensamientos! Lo que yo pensaba, él lo entendía, y de inmediato me contestaba; y lo que él pensaba, yo lo ‘escuchaba’ adentro de mí. [A eso las entidades de dimensiones superiores le llaman telepatía o transmisión de imágenes].



El radiante ser me tomó cálidamente en sus brazos y me levantó sin el menor esfuerzo hasta que sus profundos ojos azules quedaron a unos veinte centímetros de distancia de los míos. A través de su mirada, un torrente de energía fluyó hacia mi interior y sentí que entendí todo, todo, todo. Era como si en ese instante mismo hubiera traspasado archivos que contenían valiosa información desde su conciencia y quedaron grabados en forma indeleble en la mía. Una vez que me abrazó como a su bebé, tocó suavemente con la parte de atrás de los dedos de su mano derecha mi carita; sentí el roce de su piel con la mía. Leí en sus ojos que no podía contener más la alegría que le causaba aquel divino encuentro y me dio un tierno beso en la mejilla.



Sentí un amor muy profundo hacia ese exquisito ángel desprovisto de alas; lo que pudieran parecer sus alas era la energía tan enorme que le circundaba, pero para mí, eso no eran alas con plumas, me quedó claro. Enseguida, arropándome con su cuerpo, nada más dijo: «¡Vá-mo-nos!». Inmediatamente después estábamos viajando a través de una luz muy fuerte, hasta que llegamos al final de algo que parecía la boca de una cueva o la salida de un túnel. Mi amigo me explicó que ahora nos encontrábamos fuera de la dimensión que yo conocía y que allí se llamaba “blue star”. «¿“Blu estar”?, ¿qué es blu estar?», le pregunté. Y él me contestó: «Blue star es tu casa, mi niño querido; es de donde tú eres».



Ah, ya entendía, blue star era mi casa; o sea que tenía dos casas, la del rancho donde nací, y blue star… qué feliz me sentí al saberlo. Sin más, empecé a experimentar un supremo gozo, un éxtasis, un arrobamiento espiritual y un calor extremo consumía literalmente todo mi pecho, porque ese maravilloso lugar, mi casa, mi blue star querido, me estaba recibiendo con los brazos abiertos. Y en esos precisos momentos me di cuenta que yo era un ser de energía igual que el amigo que me había llevado hasta ese remoto lugar. Nuestra constitución era la misma en esa dimensión desconocida.



No me sentí niño, ni pequeño, ni frágil. Tampoco sentí nostalgia por el mundo que acababa de dejar atrás, donde todo era físico y material. Yo comprendía en lo más hondo de mi corazón que mi cuerpo carnal seguía vivo, y que me esperaba al otro lado del túnel de luz. Lo que me quedó más claro con la enseñanza que allá recibí, es que “el Ser” es quien uno realmente es. ¿Y quién es uno? ¡El Ser!… Sí, el espíritu. Lo que somos es la energía que llevamos dentro, y no tanto el cuerpo físico. ¿Entiendes? Porque los cuerpos físicos son temporales, y el Ser es el que ha sido, el que es, y el que será, por toda la eternidad.



Como te podrás imaginar, he ido y venido a Blue Star ─el planeta al que pertenezco, y que está vibrando en la novena dimensión─ miles de veces desde aquel bendito día. De hecho, te confieso que llevo “doble vida”, ya que de día vivo en la Tierra, y de noche normalmente me muevo en otras dimensiones, pero principalmente voy a estudiar técnicas de sanación a los hospitales de la ‘estrella azul’. Mi adorado mundo llamado ‘Blue star’, es una gigantesca “isla flotante”. No es un planeta físico, es completamente energético, y se está moviendo constantemente de lugar. Tiene una población de varios millones de habitantes; todos son muy sabios, y una gran cantidad de ellos se dedica a innovar todo lo creado. Blue star es uno de los puntos que cuenta con la más alta tecnología del universo que conozco.



Bueno, voy a cerrar la anécdota de mi primer viaje dimensional que hice cuando niño. Pienso que duró como unas dos horas aproximadamente. En ese tiempo pudimos hacer un largo recorrido por varios lugares. Entre otros ─y fue lo que más me llamó la atención─ visitamos unas enormes instalaciones, mucho muy bellas, donde se aplican conocimientos de medicina integral, un sistema completamente desconocido en la Tierra y que me comprometí un día enseñar a todos los que quisieran aprenderlo. Las paredes y los techos de la clínica eran transparentes, semejantes al vidrio que ya conocía, etc., etc.



El regreso a mi otro mundo, a la Tierra, lo hicimos exactamente de la misma manera como llegamos allá. Mi maestro ─ahora sabía que aquel ser era mi guía, y es el padre de mi Ser también─, me tomó entre sus amorosos y fuertes brazos y volvió a decir: ¡Vá-mo-nos! Y otra vez en el viaje, que no creo que haya durado más de lo que tarda un relámpago en estallar, vi la centelleante luz, hasta que llegamos al otro lado del túnel, pero esta vez aparecimos al interior de la humilde morada donde vivía con mi familia terrenal, y justo al pie de la cama donde mi cuerpo dormía.



Aquel hermoso ángel ─ah, porque esa era la imagen que de pequeño tenía yo de los ‘ángeles de la guarda’─ acomodó rápido mi forma energética dentro de mi cuerpo físico, y al instante desperté. En cuanto abrí los ojos, vi ya a mi padre flotando unos centímetros del suelo; con su mano derecha extendida a la altura de su hombro se estaba despidiendo de mí, y dijo: «Hasta pronto, hijo. Que descanses». Desde luego yo me volví a embolismar con las tendederas y los ponchos, cambié de posición y muy orondo me entregué pronto al sueño. Por supuesto que me encontraba exageradamente feliz por la experiencia tan agradable que acababa de vivir.



Pues bien, no creas que como yo tengo el recuerdo nítido de aquel famoso viaje, y las subsecuentes vueltas, hasta estos días, vayas a pensar que soy una persona diferente a ti. De ninguna manera. Tú y yo somos exactamente iguales. Adentro de ti también hay un Ser que tiene su origen en algún punto de este vasto universo, o de cualquier otro, ya sea físico o energético.



Poco a poco me he puesto en contacto con un sinnúmero de personas encarnadas en este mundo y que son originarias también de Blue star, como yo. Te aclaro que no es mi fin ni mi afán vanagloriarme de algo que sucede en mí de manera tan natural hasta la fecha. Pero, ocupémonos mejor de ti, ¿te late?



¿Te gustaría saber de dónde eres? ¿O ya lo sabes? ¿Te queda claro quién eres y por qué estás aquí? Bueno, quizás todavía no, espero que pronto te llegue información al respecto. Volviendo al meollo del asunto ese de que no eres el cuerpo físico, tu supuesta identidad está basada sólo en el cuerpo celular, por eso es tan difícil imaginarte fuera de él de alguna manera.



Pero déjame decirte que cuando tienes un deseo muy vívido de estar en algún espacio en particular, sin darte cuenta, una forma idéntica a la tuya aparece en el lugar que evocaste. Tu vehemente deseo es quien lleva el holograma de tu personalidad a ese lugar y allí aparece. Aunque esa “imagen-pensamiento” no puede ser vista por casi nadie ahora, estoy seguro que en poco tiempo se desarrollarán aparatos capaces de percibir toda clase de fenómenos que vibran más allá de lo “normal”. A como están las cosas, en estos tiempos esa imagen sólo pueden percibirla quienes tienen abiertos sus sentidos internos, los cuales aquí te enseñaré a desarrollar. Cualquier acto mental intenso siempre se traduce primero de manera metafísica y luego se expresa en el plano material.



Todos los individuos envían frecuentemente ese tipo de imágenes como réplica de sí mismos, nada más que el grado de materializació n de cada una de ellas puede variar. Algunas son más definidas que otras; no obstante, recuerda que no son meras proyecciones o imágenes “planas”, y que también tienen efecto sobre el medio ambiente. Las imágenes tienen inteligencia propia, buscan su “espacio” abriéndose camino y casi siempre vibran junto a otras formas u objetos físicos.



Si un día tú desearas fervientemente estar en un claro de un bosque conocido, de inmediato ese intenso deseo tuyo actuará como un núcleo de energía proyectado hacia afuera desde tu Ser y tendrá una forma: tu propia imagen. El lugar que visualizaste atraerá entonces la figura y en un santiamén estarás allí, aunque no se te pueda ver en circunstancias normales. Ahora que si a tu deseo le pones mucha más intensidad, el núcleo de energía será mayor y una parte de tu flujo de energía se unirá de tal manera que por un momento en el cuarto de tu casa, o donde estés, podrá sentirse de repente el olor que despiden los árboles y la vegetación en general; inténtalo y verás.



El alcance de tu percepción dependerá siempre de la calidad de tu imaginación y de la cantidad de concentración que tengas... Nunca dejaré de decir que todas las formas físicas ─incluyendo al cuerpo─ son el resultado del enfoque emocional que uno tenga. La maravillosa energía que viene desde tu Ser interno no sólo ha creado tu parte física, sino que también le da sustento y le da vida. Todo lo que apareció, aparece y aparecerá en el nivel físico, existió, existe y existirá también en otros niveles que un día aprenderás a percibir.



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